Con tan solo 22 años y a fuerza de letras, expresión, y criterio, Wos se consolida como referente popular y masivo de una generación de jóvenes que baila, canta, y narra aquello que les pasa.
Por Martín Acosta | Wos todavía no había nacido cuando Indio pronunciaba aquellas palabras tan discretas y convincentes acerca de cuál era, según su criterio artístico, un modo deseable, o al menos esperable, de interactuar con la juventud, entendida ésta en toda su amplitud en la medida en que se trata de un actor social de peso en términos históricos y relativamente contemporáneos. Fue en Olavarría, en el año 1997, cuando en una histórica conferencia de prensa tras la censura y suspensión de un show de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Indio deslizó aquellas palabras arriba citadas y que éstas líneas recuperan para tratar de esbozar algunos breves (e inconclusos) comentarios sobre el despliegue artístico, popular, y masivo de Valentín Oliva, en quien encarna Wos.
Retomando el encuadre que propone la cita de Solari convendrá resumir que, en general, las sociedades contemporáneas y occidentales han experimentado una activa incursión política, social, y cultural por parte de los y las jóvenes desde finales de la segunda guerra mundial en adelante, cada vez con mayor peso y relevancia. Mientras que, en nuestra sociedad en particular, podría pensarse que la juventud en tanto actor social relevante surge entre fines de los años ´60 y comienzos de los ´70 al calor de un contexto latinoamericano que les demandó (y les propuso) un creciente activismo político, un interés social, y una serie de preocupaciones acerca del porvenir y la dependencia; circunstancias sociales que se conjugaron con una capacidad expresiva sin precedentes que fue corriendo más y más los límites de lo posible para la juventud, al menos en términos estéticos y de expresión cultural.
En ésta línea, podría también pensarse que el rock irrumpió en la escena nacional como una suerte de catalizador ante una variedad de inquietudes y experiencias al tiempo que se fue consolidando como marco de referencia y pertenencia para un gran número de prácticas y comportamientos juveniles. En suma, podría también pensarse que, en tanto movimiento cultural, habilita y da forma a un conjunto de subjetividades y valores que mutan y se suceden como si fueran el relato histórico de la institucionalización y devenir del rock nacional. Por supuesto que ha habido momentos más progresivos, otros más disruptivos, algunos más conservadores, más o menos interesantes; pero lo cierto es que, al menos a primera vista, es posible afirmar que el rock, en tanto cultura, es un fenómeno indisociable de las experiencias juveniles. Luego podrá hilarse fino y evaluar éstas afirmaciones en términos estrictamente de género, de valoración estética, pero también es dable pensar que cuando hablamos de rock hablamos de un conjunto de experiencias que interpelan y tienen de protagonista al mismo actor social: la juventud.
Lógicamente éstas apreciaciones podrán con facilidad ser complejizadas, puestas en consideración, o bien rechazadas por parecer simplistas; pero lo cierto es que todo éste rodeo tiene por objeto poner de manifiesto la relevancia y el compromiso subjetivo con el que distintas generaciones de jóvenes han ocupado un rol social al tiempo que modelaban la historia del rock nacional. Por otra parte, se advierte a simple vista que con el paso de las décadas el rock ha compartido cada vez más terreno, en tanto género, ante otras variantes musicales entre los jóvenes. Sin embargo, ha llegado a nuestros días con una vigencia simbólica importante, conservando su universo de legitimación de la experiencia juvenil de manera relativamente estable.
Entre aquellos géneros y prácticas con las que el rock comparte terreno en el campo de la cultura juvenil, el rap es probablemente la expresión más sólida y convocante de éstos tiempos, con un notable crecimiento en términos de consumo y circulación. Sin embargo, y pese a compartir un aspecto preeminentemente contestatario, quienes se dedican o llegan al rap atraviesan escenarios y circunstancias muy distintas a las que históricamente podemos asociar con el rock. Por empezar, el rap ofrece múltiples escenarios de competencias, donde los freestylers compiten entre ellos en batallas en la cuales el respeto es un valor en sí mismo y otro rapero, al menos durante unos instantes, pareciera convertirse en un adversario que merece ser descalificado en la búsqueda del propio prestigio. Así es como los raperos van construyendo su camino, compitiendo ante un público que va en búsqueda y disfruta de esa competencia.
Es entonces que Wos irrumpe en éstas líneas, y aquello se debe a que quizá se trate del rapero nacional más relevante de los últimos tiempos en términos de popularidad y consumo masivo, por un lado, como también por haber sido campeón de un gran número de batallas que, progresivamente, lo vieron lucirse desde el parque Rivadavia hasta el Luna Park, desde Argentina hasta diversos países de habla hispana. Por otra parte, es sabido que la historia del rap nacional está lejos de comenzar con Wos, sino que es un movimiento que viene de larga data, que posee sus referentes previos y su propia simbología; sin embargo, lo que se pretende afirmar es que junto a Wos, el rap parece legitimarse de manera masiva como un conjunto de narrativas y prácticas que hoy encarnan en los jóvenes y que, a todas luces, son un hecho.
Tampoco se descubre nada al afirmar que Wos, o Valentín Oliva, articula un conjunto de capacidades expresivas que dan cuenta de una búsqueda artística muy convocante por cuanto su capacidad de componer, improvisar, hacer cine, teatro; un artista que experimentó la competencia en tanto tal, normada, reglada, con atributos propios de quien se prepara para ganar o perder. Porque Wos ante todo es un rapero, un freestyler, y en ese mundo se compite. A su vez, hablamos también de un artista que tuvo tiempo, dedicación, espacio, facilidades, y acompañamiento desde niño para emprender con seguridad y confianza su camino artístico, un artista que fue más allá y convirtió esas comodidades en compromiso social desde su incipiente obra.
Es en ese contexto y no en otro que la figura de Wos se engrandece, primero porque decidió correrse de ese marco de competencias que reglaban sus presentaciones para dar puntapié a una carrera artística que incluye discos, grabaciones, videos, giras, etc., una carrera en la cual él decide cuándo, qué, y cómo. Y segundo porque si bien el rap es un género contestatario, lo es en buena medida en términos generales, mientras que entre las virtudes de Wos está el nombrar, el situarse, el interpelar a su generación con problemáticas vigentes, con asuntos tales como la meritocracia, los femicidios, Santiago Maldonado, Zanón, la minería en Mendoza, etc. Un conjunto de toma de posiciones contextuales que hablan también de una búsqueda, de una manera de entender el arte, de entender su rol en tanto joven.
Hay también una serie de acontecimientos que permitirán afirmar que entre Wos y la tradición del rock nacional parece estar cimentándose un puente que vincula dos generaciones de jóvenes pertenecientes a siglos diferentes. Como si estuviéramos asistiendo a una transición en la cual la cultura rock del siglo XX estuviera legitimando y abriéndose a las experiencias y prácticas juveniles vigentes, por cierto, bien diversas y diferenciadas en relación a las del siglo pasado, que se abren paso en éste siglo XXI. Hay también en las letras y ritmos de Wos una suerte de referencias o invocaciones a Patricio Rey, hay presentaciones suyas compartiendo escenarios junto a Ciro y Los Persas para interpretar e improvisar en “Pistolas”, legendaria canción de Los Piojos, hay una presentación suya solista (y notable) sobre el escenario del Cosquín Rock, clásico festival que viene marcando agenda durante las últimas dos décadas. Por tanto, es viable suponer que estamos como ante la posibilidad de atestiguar una especie de esperanzadora transición, porque más de una vez se ha escuchado como pregunta (cuando no como afirmación) que el rock, como experiencia, como cultura, estaba muriendo (cuando ya no enterrado), mientras que lo que parece haber es, en síntesis, al margen de una mutación de sonidos y estilos, una cierta continuidad en cuanto a una perspectiva de crítica y posicionamiento social, de la cual tanto se enorgullecen quienes aman el rock.
Es Wos y viene soplando con fuerza, como curtiendo su piel, como rompiendo a patadas las puertas que ocultaban los cercos que ya estaban dispuestos a los costados de su camino. Como desafiando incluso las reglas del juego que lo puso allí, como un ganador, ante nosotros y de cara a su generación. Es Wos y un posicionamiento político. Es Wos y una suerte de acreditación al género musical que hoy representa, a las prácticas y a las subjetividades que traen todas y todas quienes llegan junto a él.
Es Wos y por supuesto que no es el único.
Foto: extraída de la cuenta Wosistas |
No hace mucho me preguntaban por qué no dábamos reportajes. Y yo les decía que lo que sucedía es que ya teníamos la suficiente edad para en vez de bajarles línea a los chicos escucharlos, porque en sus nervios hay mucha más información de futuro que la que tipos de nuestra edad pueden tener para aconsejarlos. Esto es de ellos.
Indio Solari, Olavarría. Agosto de 1997.
Por Martín Acosta | Wos todavía no había nacido cuando Indio pronunciaba aquellas palabras tan discretas y convincentes acerca de cuál era, según su criterio artístico, un modo deseable, o al menos esperable, de interactuar con la juventud, entendida ésta en toda su amplitud en la medida en que se trata de un actor social de peso en términos históricos y relativamente contemporáneos. Fue en Olavarría, en el año 1997, cuando en una histórica conferencia de prensa tras la censura y suspensión de un show de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Indio deslizó aquellas palabras arriba citadas y que éstas líneas recuperan para tratar de esbozar algunos breves (e inconclusos) comentarios sobre el despliegue artístico, popular, y masivo de Valentín Oliva, en quien encarna Wos.
Retomando el encuadre que propone la cita de Solari convendrá resumir que, en general, las sociedades contemporáneas y occidentales han experimentado una activa incursión política, social, y cultural por parte de los y las jóvenes desde finales de la segunda guerra mundial en adelante, cada vez con mayor peso y relevancia. Mientras que, en nuestra sociedad en particular, podría pensarse que la juventud en tanto actor social relevante surge entre fines de los años ´60 y comienzos de los ´70 al calor de un contexto latinoamericano que les demandó (y les propuso) un creciente activismo político, un interés social, y una serie de preocupaciones acerca del porvenir y la dependencia; circunstancias sociales que se conjugaron con una capacidad expresiva sin precedentes que fue corriendo más y más los límites de lo posible para la juventud, al menos en términos estéticos y de expresión cultural.
En ésta línea, podría también pensarse que el rock irrumpió en la escena nacional como una suerte de catalizador ante una variedad de inquietudes y experiencias al tiempo que se fue consolidando como marco de referencia y pertenencia para un gran número de prácticas y comportamientos juveniles. En suma, podría también pensarse que, en tanto movimiento cultural, habilita y da forma a un conjunto de subjetividades y valores que mutan y se suceden como si fueran el relato histórico de la institucionalización y devenir del rock nacional. Por supuesto que ha habido momentos más progresivos, otros más disruptivos, algunos más conservadores, más o menos interesantes; pero lo cierto es que, al menos a primera vista, es posible afirmar que el rock, en tanto cultura, es un fenómeno indisociable de las experiencias juveniles. Luego podrá hilarse fino y evaluar éstas afirmaciones en términos estrictamente de género, de valoración estética, pero también es dable pensar que cuando hablamos de rock hablamos de un conjunto de experiencias que interpelan y tienen de protagonista al mismo actor social: la juventud.
Lógicamente éstas apreciaciones podrán con facilidad ser complejizadas, puestas en consideración, o bien rechazadas por parecer simplistas; pero lo cierto es que todo éste rodeo tiene por objeto poner de manifiesto la relevancia y el compromiso subjetivo con el que distintas generaciones de jóvenes han ocupado un rol social al tiempo que modelaban la historia del rock nacional. Por otra parte, se advierte a simple vista que con el paso de las décadas el rock ha compartido cada vez más terreno, en tanto género, ante otras variantes musicales entre los jóvenes. Sin embargo, ha llegado a nuestros días con una vigencia simbólica importante, conservando su universo de legitimación de la experiencia juvenil de manera relativamente estable.
Entre aquellos géneros y prácticas con las que el rock comparte terreno en el campo de la cultura juvenil, el rap es probablemente la expresión más sólida y convocante de éstos tiempos, con un notable crecimiento en términos de consumo y circulación. Sin embargo, y pese a compartir un aspecto preeminentemente contestatario, quienes se dedican o llegan al rap atraviesan escenarios y circunstancias muy distintas a las que históricamente podemos asociar con el rock. Por empezar, el rap ofrece múltiples escenarios de competencias, donde los freestylers compiten entre ellos en batallas en la cuales el respeto es un valor en sí mismo y otro rapero, al menos durante unos instantes, pareciera convertirse en un adversario que merece ser descalificado en la búsqueda del propio prestigio. Así es como los raperos van construyendo su camino, compitiendo ante un público que va en búsqueda y disfruta de esa competencia.
Es entonces que Wos irrumpe en éstas líneas, y aquello se debe a que quizá se trate del rapero nacional más relevante de los últimos tiempos en términos de popularidad y consumo masivo, por un lado, como también por haber sido campeón de un gran número de batallas que, progresivamente, lo vieron lucirse desde el parque Rivadavia hasta el Luna Park, desde Argentina hasta diversos países de habla hispana. Por otra parte, es sabido que la historia del rap nacional está lejos de comenzar con Wos, sino que es un movimiento que viene de larga data, que posee sus referentes previos y su propia simbología; sin embargo, lo que se pretende afirmar es que junto a Wos, el rap parece legitimarse de manera masiva como un conjunto de narrativas y prácticas que hoy encarnan en los jóvenes y que, a todas luces, son un hecho.
Tampoco se descubre nada al afirmar que Wos, o Valentín Oliva, articula un conjunto de capacidades expresivas que dan cuenta de una búsqueda artística muy convocante por cuanto su capacidad de componer, improvisar, hacer cine, teatro; un artista que experimentó la competencia en tanto tal, normada, reglada, con atributos propios de quien se prepara para ganar o perder. Porque Wos ante todo es un rapero, un freestyler, y en ese mundo se compite. A su vez, hablamos también de un artista que tuvo tiempo, dedicación, espacio, facilidades, y acompañamiento desde niño para emprender con seguridad y confianza su camino artístico, un artista que fue más allá y convirtió esas comodidades en compromiso social desde su incipiente obra.
Es en ese contexto y no en otro que la figura de Wos se engrandece, primero porque decidió correrse de ese marco de competencias que reglaban sus presentaciones para dar puntapié a una carrera artística que incluye discos, grabaciones, videos, giras, etc., una carrera en la cual él decide cuándo, qué, y cómo. Y segundo porque si bien el rap es un género contestatario, lo es en buena medida en términos generales, mientras que entre las virtudes de Wos está el nombrar, el situarse, el interpelar a su generación con problemáticas vigentes, con asuntos tales como la meritocracia, los femicidios, Santiago Maldonado, Zanón, la minería en Mendoza, etc. Un conjunto de toma de posiciones contextuales que hablan también de una búsqueda, de una manera de entender el arte, de entender su rol en tanto joven.
Hay también una serie de acontecimientos que permitirán afirmar que entre Wos y la tradición del rock nacional parece estar cimentándose un puente que vincula dos generaciones de jóvenes pertenecientes a siglos diferentes. Como si estuviéramos asistiendo a una transición en la cual la cultura rock del siglo XX estuviera legitimando y abriéndose a las experiencias y prácticas juveniles vigentes, por cierto, bien diversas y diferenciadas en relación a las del siglo pasado, que se abren paso en éste siglo XXI. Hay también en las letras y ritmos de Wos una suerte de referencias o invocaciones a Patricio Rey, hay presentaciones suyas compartiendo escenarios junto a Ciro y Los Persas para interpretar e improvisar en “Pistolas”, legendaria canción de Los Piojos, hay una presentación suya solista (y notable) sobre el escenario del Cosquín Rock, clásico festival que viene marcando agenda durante las últimas dos décadas. Por tanto, es viable suponer que estamos como ante la posibilidad de atestiguar una especie de esperanzadora transición, porque más de una vez se ha escuchado como pregunta (cuando no como afirmación) que el rock, como experiencia, como cultura, estaba muriendo (cuando ya no enterrado), mientras que lo que parece haber es, en síntesis, al margen de una mutación de sonidos y estilos, una cierta continuidad en cuanto a una perspectiva de crítica y posicionamiento social, de la cual tanto se enorgullecen quienes aman el rock.
Es Wos y viene soplando con fuerza, como curtiendo su piel, como rompiendo a patadas las puertas que ocultaban los cercos que ya estaban dispuestos a los costados de su camino. Como desafiando incluso las reglas del juego que lo puso allí, como un ganador, ante nosotros y de cara a su generación. Es Wos y un posicionamiento político. Es Wos y una suerte de acreditación al género musical que hoy representa, a las prácticas y a las subjetividades que traen todas y todas quienes llegan junto a él.
Es Wos y por supuesto que no es el único.