Bajo una puesta en escena de película, Sig Ragga ofreció este sábado en el Teatro Opera un escape a la reflexión para engrandecer lo humano, lo fraterno y lo profundo de un pensamiento.
Por Daniel Péndola | En sus inicios, los hermanos Cortés, Pepo y Tavo, tenían solo 13 y 16 años cuando se unieron a Nicolás González y Juanjo Casals. ¿Quién sospecharía que 20 años después llegarían a la Calle Corrientes?
El esfuerzo y la dedicación rindieron sus frutos, ya que este sábado llegaron al mítico Teatro Opera para brindar un espectáculo que, según sus integrantes, sería el más largo de su trayectoria. Por lo tanto, las expectativas eran cada vez más intensas. Se trataba de un show prometedor.
Mediante su reconocida puesta teatral, caracterizada por músicos vestidos con sotanas y con rostros pintados de plateado, Sig Ragga llevó adelante los relatos de su último disco, “La Promesa de Thamar”, entregando toda su creatividad al máximo.
El espectáculo fue de película, solo faltaban los pochoclos. El único instante en que Tavo reveló ser humano ocurrió cuando se refrescó con un poco de agua, mientras que el resto del tiempo solo hablaron sus canciones. Una presentación simple y compleja a la vez.
Simple, porque eran solo cuatro artistas platinados e iluminados, sin fondo de pantalla ni nada exuberante. Y compleja, debido a la fuerte carga emocional que transmiten en cada una de sus letras, desde el ochentoso “Arlequin” (2016) hasta el ska de “Matatata” (2009).
¿Qué es Sig Ragga? Una banda que fusiona reggae y rock progresivo, con tintes de jazz y, ¿por qué no?, música cinematográfica. Es decir, es inclasificablemente una perla artística en evolución, sin preocupación mercantil por pertenecer a algún género en particular.
“Nos inclinamos por esta deformidad, como una forma poética de ir en contra del discurso establecido”, explicaron los músicos días atrás, lo cual demuestra que exacerbar lo fantástico no es una idea casual, sino una búsqueda constante que en la noche del sábado llegó a su punto culmine.
A partir de una consciencia empalagosa que fusiona la reflexión, la visión crítica y el romanticismo, Sig Ragga devolvió a su gente la falta de sentido insoportable.
Foto: Camila Bolatti |
Por Daniel Péndola | En sus inicios, los hermanos Cortés, Pepo y Tavo, tenían solo 13 y 16 años cuando se unieron a Nicolás González y Juanjo Casals. ¿Quién sospecharía que 20 años después llegarían a la Calle Corrientes?
El esfuerzo y la dedicación rindieron sus frutos, ya que este sábado llegaron al mítico Teatro Opera para brindar un espectáculo que, según sus integrantes, sería el más largo de su trayectoria. Por lo tanto, las expectativas eran cada vez más intensas. Se trataba de un show prometedor.
Mediante su reconocida puesta teatral, caracterizada por músicos vestidos con sotanas y con rostros pintados de plateado, Sig Ragga llevó adelante los relatos de su último disco, “La Promesa de Thamar”, entregando toda su creatividad al máximo.
El espectáculo fue de película, solo faltaban los pochoclos. El único instante en que Tavo reveló ser humano ocurrió cuando se refrescó con un poco de agua, mientras que el resto del tiempo solo hablaron sus canciones. Una presentación simple y compleja a la vez.
Simple, porque eran solo cuatro artistas platinados e iluminados, sin fondo de pantalla ni nada exuberante. Y compleja, debido a la fuerte carga emocional que transmiten en cada una de sus letras, desde el ochentoso “Arlequin” (2016) hasta el ska de “Matatata” (2009).
¿Qué es Sig Ragga? Una banda que fusiona reggae y rock progresivo, con tintes de jazz y, ¿por qué no?, música cinematográfica. Es decir, es inclasificablemente una perla artística en evolución, sin preocupación mercantil por pertenecer a algún género en particular.
“Nos inclinamos por esta deformidad, como una forma poética de ir en contra del discurso establecido”, explicaron los músicos días atrás, lo cual demuestra que exacerbar lo fantástico no es una idea casual, sino una búsqueda constante que en la noche del sábado llegó a su punto culmine.
A partir de una consciencia empalagosa que fusiona la reflexión, la visión crítica y el romanticismo, Sig Ragga devolvió a su gente la falta de sentido insoportable.
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